EL CLARIN

El verdadero inventor del sistema conocido ya mundialmente como Operama es el director de orquesta, compositor y dramaturgo operístico Giuseppe Raffa, quien explicó a Clarín todo lo referente a su creación.

¿Cuándo cristalizó su Operama?

Fue en el verano de 1988, cuando ante 70.000 espectadores en el Estadio Olímpico de Montreal, Canadá, pusimos en escena Aida, Operama Spectacular. El concepto no era el de la ópera en su dimensión habitual, tal y como se ve en los teatros; era, en realidad, la espectacular representación de una obra maestra en un majestuoso escenario: el Egipto que Verdi imaginó.

¿Cuál fue la reacción inicial, teniendo en cuenta que el público canadiense no es demasiado aficionado a la ópera?

Los espectadores de esa primera noche quedaron sobrecogidos por la reproducción, a tamaño real, de la Esfinge y las fabulosas pirámides, y también les entusiasmó la inmortal música de Verdi y las voces de excelentes solistas.

¿Tiene la aceptación del mundo operístico?

Le confieso que durante los primeros ocho años podría hablarse de una guerra tremenda contra las entidades tradicionales, pero ahora tanto el Metropolitan de Nueva York, el Liceo de Barcelona, Berlín o Sevilla, están entendiendo que los muros son pequeños para las instituciones. No exagero cuando le digo que todo puede cambiarse, pero reconozco que, en el fondo, ópera y Operama son dos mundos diferentes.

Cuéntenos su formación musical.

Nací en Siracusa, Sicilia, y estudié en la famosa Academia Chigiana de Siena con Marco Ferrara. Luego en el Conservatorio Verdi de Milán con Bruno Bettinelli y en el de Niza con Pierre Dervaux. En cuanto a preferencias por artistas determinados, confieso que mi cantante ideal es Piero Cappuccilli.

¿Han habido muchas variantes en Operama desde entonces?

Sin duda. Han sido años de trabajos para descubrir y perfeccionar los elementos tecnológicos. El sonido de hoy ya no es el del 88.

¿En qué consiste la variable sonido?

La voz del cantante no está basada en la potencia, sino en la reacción del aire. Poco a poco fuimos descubriendo, dadas las características del espectáculo, que no habrá más amplificación por la reacción del aire para transportar el sonido. Y en cuanto a la imagen de las de doble dimensión, llegaremos en dos o tres años más a crear algo que hoy no existe, la tercera dimensión. Seguimos trabajando en nuestro estudio fotográfico de Londres, donde se producen todas las imágenes que el público ve luego en las inmensas pantallas. Para la apertura de la pirámide podrá apreciarse un doble scrolling, una suerte de entrada en profundidad que nos permitirá, con la tercera dimensión, ver la tumba entrando a la pirámide y a la Esfinge.

¿Ya puede hablarse de un espectáculo que se ha hecho realmente popular?

No lo dude. Siempre he sostenido que la ópera es un arte popular, y no como se piensa a veces, un entretenimiento exclusivo de elites privilegiadas económica e intelectualmente. Millones se han convertido, desde Canadá a Hong Kong y pasando por Europa, en aficionados a la música lírica gracias a Operama.

¿Además de Aída ha tenido otra producción de éxito similar?

Un triunfo sensacional con la puesta en escena de Nabucco, también de Verdi, en Munich, muy elogiada por la prensa alemana como concepción global, artística y escénica. Y también Carmen y Madama Butterfly. Siempre respetando un principio básico y fundamental desde que inicié esto hace casi una década: no a la vulgarización, sí a la difusión formativa

¿Quedan buenas Aídas y Radamés?

Hay Aídas pero pocos Radamés. Tratamos de lograr la mayor cantidad de buenos cantantes posibles. Han pasado por Operama Cappuccilli, Luigi Roni, Roberto Scanduzzi, el mejor bajo italiano actual, Juan Pons, Grace Bumbry, Katia Ricciarelli, el tenor Giuseppe Giacomini y muchos más.